martes, 13 de marzo de 2007

José Emilio Pacheco

El viernes habrá en el Icocult una lectura de poemas con José Emilio Pacheco (eso si no se suspende como otros eventos...) Aprovechen los que puedan ir a verlo.

I
Que otros hagan aún / el gran poema / los libros unitarios / las rotundas / obras que sean espejo / de armonía. / A mí sólo me importa / el testimonio / del momento que pasa / las palabras / que dicta en su fluir / el tiempo en vuelo.

Que otros hagan ese gran poema, mientras José Emilio Pacheco fragua en el papel una guerra para combatir los demonios de la condición humana. Mientras él con su poesía escudriña los recovecos del alma, de la vida, de la muerte, de sus propios temores y regocijos.
Porque así es la poesía de Pacheco: íntima pero universal, sencilla pero enigmática, sin léxicos rebuscados, pero con pensamientos -entre líneas- indescifrables.
Su obra, mucho más prolífera en la poesía que en la prosa, la traducción y la investigación literaria, ha significado para muchos críticos una provocación de descubrir todo aquello que esconden sus letras.
Al escritor Mario Benedetti lo sorprende ese empeño de la crítica, esa terca búsqueda que pretende comprender cada verso del poeta.
"Para la crítica literaria la poesía de José Emilio Pacheco ha supuesto siempre una tentación de interpretación. Acicate más bien curioso, si se tiene en cuenta que el poeta mexicano ha usado siempre un lenguaje diáfano, de fácil captación... ¿Por qué entonces su poesía deja tanto espacio para la interpretación?".
En el "Ensayo sobre la poesía de José Emilio Pacheco", que redactó el escritor uruguayo para el libro "La Hoguera y el Viento, José Emilio Pacheco ante la Crítica" (Era, 1999), Benedetti atribuye este desafío a la capacidad del poeta de tocar fibras íntimas.
"En la poesía de Pacheco se hacen presentes, o simplemente transcurren, dudas, alusiones, sueños heterodoxos (siempre más cercanos a la pesadilla que al ensueño), textos ajenos, experiencias propias.
"Por otra parte se trata esta vez de un poeta sin soberbia, que no padece inhibiciones a la hora de confesar que no siempre alcanza a decir lo que quiere (Y no es esto / lo que quise decir. Es otra cosa.)".

II
Mi único tema es lo que ya no está / y mi obsesión se llama lo perdido / mi punzante estribillo es nunca más / y sin embargo amo este cambio perpetuo / este variar segundo tras segundo / porque sin él lo que llamamos vida / sería de piedra.

Entonces, ¿cuál es ese "algo" en la poesía de José Emilio Pacheco que obliga a la reflexión? Quizá sea el poeta imponiéndole un reto a la misma poesía.
"Este escritor pertenece a una generación literaria que ha enfrentado una preocupación genuina por los límites y transformaciones de la poesía contemporánea. Preguntarse por la naturaleza del poema no es hacer poesía sobre la poesía, sino indagar en su misma razón de existir", afirma el escritor Jorge Fernández Granados ("La Fábula del Tiempo. Antología de la Obra Poética de José Emilio Pacheco", Era, 2005).
Y al cuestionarse sobre la función del poeta, considera Benedetti, la astucia domina la obra de Pacheco, aunque siempre con auténtica franqueza.
"Hay en Pacheco un recurrente cuestionamiento de su función como poeta y aún de la condición básica, insustituible de la poesía. Y todo ello expresado con tal sinceridad, que no despierta en el lector ni siquiera la mínima sospecha de que acaso se trata de una hábil máscara autocrítica.
"Al fin y al cabo, el poeta se cuestiona a sí mismo, entre otras cosas porque lo cuestiona todo: el mundo, la vida, el poder, la muerte. Precisamente, el gran atractivo de esta obra poética es su constante bucear, con palabras conocidas, en lo desconocido".
Durante más de 40 años, Pacheco (México, 1939) ha explorado con sus versos el mundo interior y exterior; ha intentado además convivir con la existencia sin buscar verdades absolutas, lo que para otros resulta frustrante.
Su trabajo significa para él, si bien con humildad, su forma más grande de fortaleza espiritual.
"Con todo lo que pasa en el País y en el mundo se necesitaría mucha indiferencia o mucha insensibilidad para decir que uno es absolutamente feliz. En el caso de mi trabajo, tengo todo el respeto por mis textos pero no tengo el menor respeto por mí mismo y eso me permite modificarlos para hacerlos más claros", dijo en una entrevista en el 2000.
"Luego, 40 años después veo que he hecho en la vida lo que deseaba realizar, algo que sí es un motivo de satisfacción. Es decir, nada me apartó en ese lapso de lo que yo quería hacer cuando tenía 18 años."
Para encontrar esa estabilidad, que requiere además mantener la pasión viva por el oficio, José Emilio Pacheco ha debido recorrer un camino de autoexploración.
Si bien Fernández Granados considera que su obra ha transitado por diversas etapas, no relaciona este proceso con una mayor o menor madurez en el trabajo del escritor.
"Son más bien estrategias discursivas que el poeta ha explorado para alcanzar una muy notable riqueza de tonos. Por otro lado, es muy difícil señalar un momento o libro en el que pueda consignarse una cima definitiva de madurez, pues cada uno de sus libros, casi sin excepción, contiene numerosas piezas impecables", expresa.
Benedetti, por otro lado, señala que a partir de los poemarios "No me Preguntes Cómo Pasa el Tiempo" (1969), "Irás y no Volverás" (1973) y "Desde Entonces" (1980), el escritor afina y fortalece su capacidad de cuestionamiento, e incluso la expande a zonas de preocupación y compromiso social.
"Sin abandonar su desgarradora militancia contra la muerte, sino más bien consolidándola, Pacheco denuncia además la otra flagrante injusticia: la que puede ejercerse desde el poder, cruento o incruento, mudable o inmanente", dice en su ensayo.
Y su poesía, coincide Fernández Granados, seguirá estando vigente por esa búsqueda de respuestas sobre la existencia.
"Perdurará porque toca la raíz ancestral de la verdadera poesía de todos los tiempos: las grandes preguntas sobre la condición humana", dice el escritor y también poeta.

III
Soy y no soy aquel que te ha esperado / en el parque desierto una mañana / junto al río irrepetible en donde entraba / (y no lo hará jamás, nunca dos veces) / la luz de octubre rota en la espesura.

La obra de José Emilio Pacheco, quien además de poeta y traductor ha sido catedrático, periodista e investigador cultural, es reconocida ya en todo el mundo literario.
Ha sido galardonado con premios internacionales que han evidenciado su valioso camino por las letras, como el José Donoso (2001), el Octavio Paz (2003), el Ramón López Velarde (2003), el Alfonso Reyes (2003), el Pablo Neruda (2004), y en el 2005, el prestigiado premio de poesía Federico García Lorca, entre otros.
El viernes, el Instituto Coahuilense de Cultura le rendirá un homenaje a su trayectoria, aunque el poeta ha dicho en diversas ocasiones que su obra no ha trascendido fronteras.
"Estoy muy lejos de eso. Tengo unos cuantos lectores (y yo diría que en particular lectoras) en algunos lugares, pero es producto de la amistad: estoy muy lejos de ser conocido por el público lector en España y en Hispanoamérica", dijo cuando recibió el García Lorca.
Autodidacta en su profesión, Pacheco ha publicado, además de su obra en prosa, los poemarios "Los Elementos de la Noche" (1963), "El Reposo del Fuego" (1966), "No me Preguntes Cómo Pasa el Tiempo" (1969), "Irás y no Volverás" (1973), "Islas a la Deriva" (1976), "Desde Entonces" (1980), "Trabajos en el Mar" (1983) y "El Silencio de la Luna", poemas de 1985 a 1996.
En el homenaje que se le realizará en la Ciudad, Fernández Granados considera que hay ciertas virtudes del escritor y de su obra que deberán distinguirse.
"Entre varias más, por supuesto, hay dos que me parecen dignas de destacarse en este escritor: su vastísima cultura y versatilidad literaria, que ha abarcado prácticamente todos los géneros y los estilos del presente; asimismo, su intachable ética humana, demostrada una y otra vez en cada detalle y en cada página de su obra", expone.
Benedetti resume la importancia de la obra de Pacheco diciendo que las innumerables interpretaciones sobre su poesía son posibles porque su nivel literario es excelente.
"La poesía de José Emilio arropa la vida con el aliento de un héroe filosófico. Héroe, por supuesto, a pesar de sí mismo. Su poesía es coloquial, quién puede dudarlo, pero lo cierto es que dialoga con la porción más veraz, más cuestionadora y por fortuna más humana de nosotros mismos. 'Irás y no volverás', nos dice y se dice a sí mismo con escepticismo y determinación. Por supuesto, no volveremos, pero mientras vamos, sigamos su consejo: empuñemos la antorcha del fuego y prendamos fuego al desastre. Sólo así, mortales como somos, dejaremos constancia de nuestra expresa voluntad de no morir".

domingo, 4 de marzo de 2007

El reto de aceptar a los demás

Mahatma Gandhi promovió siempre el respeto entre los seres humanos y la tolerancia a las creencias de los demás: “Puesto que soy imperfecto y necesito la tolerancia y la bondad de los demás, también he de tolerar los defectos del mundo hasta que pueda encontrar el secreto que me permita ponerles remedio”.
Otros políticos, pensadores o filósofos han señalado también que la diversidad de pensamientos merece ser aceptada por la humanidad. El propio Benito Juárez lo dejó muy claro en una máxima que se aplica en cualquier aspecto de la vida: “El respeto al derecho ajeno es la paz”.
La realidad, desgraciadamente, dista mucho de ver cumplidas estas buenas intenciones. Cada cabeza es un mundo y como tal, cada mundo defenderá su verdad como única. Las personas van logrando, con el paso de los años y las experiencias, hacerse de una identidad que las diferencie de los demás. Van delimitando sus preferencias, sus necesidades y su forma de satisfacerlas. Deciden en qué creer, en quién confiar, en qué trabajar, a quién amar. Eligen a sus amistades, adoptan ciertas costumbres y circulan por la vida anunciando que lo saben todo, o por lo menos, todo lo que las define como seres individuales. Admiro a esta gente, lo reconozco, porque es preferible saber lo que no quieres en la vida, aunque no sepas todavía hasta dónde buscas llegar. Pero, ¿qué pasa cuando estas personas quedan atrapadas en el egocentrismo y consideran que sólo su manera de pensar, de creer y de sentir es la correcta? ¿qué sucede cuando todos, alguna vez, en nuestro afán por defender lo que elegimos (que para nosotros es lo único correcto) juzgamos y pisoteamos las ideas o sentimientos de los demás?
Las corrientes ideológicas que no respetan ni consideran otros puntos de vista son las que tienen al mundo sumido en una constante guerra de identidades. Países grandes y chicos han visto morir a sus habitantes porque no aceptan la diversidad de religiones; políticos cegados por el poder creen que pueden -y merecen- controlar al mundo y a cuanto ser humano se encuentre en él.
Pero hay casos más específicos y cercanos a cualquier mortal, que se dan en un mismo trabajo, con un mismo grupo de amigos o en la familia, donde es cansado lidiar con las ideas “correctas” de los demás. Resulta desgastante que la gente siempre busque un motivo -una elección de mal gusto, un comentario “políticamente incorrecto”, una acción fuera de lugar o una decisión errónea- para desacreditar a alguien, como si estuviera esperando el momento preciso para señalar que esa persona no es digna del aprecio de los demás.
¡Vivan y dejen vivir, señores! No hay nada mejor que disfrutar la infinita cantidad de opiniones y formas de pensar de los seres humanos. Hay que aceptar a cada individuo, si deseamos su presencia en nuestra vida, sin juzgarlo ni intentar hacerlo cambiar. Y si saben que les será difícil convivir con alguien que posee ideales muy diferentes a los suyos, respétenlo, y con una sonrisa, aléjense sin hacer ningún daño.