Rezan almas confundidas,
y en su camino acompañan
una pequeñita cesta blanca,
adornada con plegarias
de inocentes y suicidas.
Velan ángeles su esencia,
en castillos encantados
donde vive la inocencia.
Ahí van, con ella envuelta
entre sedas y condenas.
Ya no llora, ya no canta
sólo existe en la conciencia.
Permanece intacta,
irreversible,
temerosa de la nada.
Pero ella calma al cielo
sosegada, casta y sabia;
ya las almas la acompañan
y en la tierra,
un vacío la reclama.
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